El Mundial de Fútbol de Brasil 2014 dejó a la FIFA los mayores beneficios de su historia. En total, cerca de 4.500 millones de euros, una cantidad muy superior a los 2.600 millones que acumuló la entidad tras la celebración del campeonato de Sudáfrica 2010.
En medio de una de las crisis económicas más graves a nivel mundial, el organismo deportivo consiguió cerrar acuerdos comerciales y televisivos privilegiados que han sido la base fundamental para que después de ocho meses de cálculos haya podido presentar unas cifras espectaculares.
El Informe de Finanzas de la FIFA del año 2014 no solo detalla los movimientos del Mundial sino el total de las operaciones realizadas por el organismo.
Resulta llamativo que el 43% de los ingresos totales procedan de la televisión, mientras que el 29% corresponden a aportaciones generadas por campañas de marketing.
En cuanto a los gastos, el 72% fueron a parar a la organización del Mundial de Brasil y otros eventos internacionales que no detalla.

En un acto casi de pudor, la institución justifica que una parte de los beneficios se distribuyen de forma equitativa tanto para compensar el esfuerzo del país organizador como de los equipos que han cedido a los jugadores. «Con el fin de garantizar beneficios a largo plazo a toda la nación brasileña, 100 millones de dólares (92,5 millones de euros) de las ganancias de la Copa Mundial de la FIFA 2014 se verterán en un fondo de legado, el cual servirá para promover el desarrollo de la infraestructura futbolística, el fútbol juvenil y el balompié femenino, así como programas sociales y sanitarios para comunidades desfavorecidas. Se dará preferencia a los 15 estados sin ciudades anfitrionas de Brasil 2014″, afirma el presidente, Joseph Blatter, quien no explicó que esa cantidad que cederá a las arcas brasileñas es la misma que cobran los principales dirigentes de la FIFA en tan solo un año.
Un legado de estadios en quiebra

La FIFA nunca ha ocultado cuáles son las condiciones a la hora de acoger un Mundial de fútbol. En resumen, el país se beneficia del potencial turístico asociado al evento y un legado que debería ser social y deportivo y beneficiar a los ciudadanos del país organizador. Mientras, la institución se queda con la mayor parte de los ingresos que genera la competición. Esto es así siempre. Nada ha cambiado.
El problema fundamental en el caso de Brasil ha sido la organización por parte de las autoridades del país, que vieron la necesidad de construir o remodelar estadios en doce ciudades, muchas de las cuales no disponen de equipos y aficiones lo suficientemente potentes como para amortizar los gastos. En este sentido, merece la pena recordar que la inversión prevista para poner a punto una gran parte de las instalaciones tuvo misteriosos sobrecostes en mitad del camino…
Sea como fuere, lo cierto es que a día de hoy seis de los doce estadios están pasando por dificultades. El Arena Fonte Nova de Salvador de Bahía se ha visto perjudicado por el caso Petrobras, el mayor escándalo de corrupción de la historia de Brasil. Las cuentas de la empresa gestora del campo de fútbol, OAS, han sido bloqueadas por la justicia algo que todavía no se sabe cómo afectará al estadio.
Uno de los casos más graves es del Arena Amazonia de Manaos. El presidente de la entidad gestora del campo de fútbol, Aly Almeida, afirmó que «el fútbol amazonense no tiene dinero para abrir el estadio». Se prevé que en el campeonato estadual de 2015 solo seis partidos se jueguen en este campo que costó más de 190 millones de euros y cuyo gasto mensual de mantenimiento asciende a 200.000. Según el periódico O Estado de São Paulo, de media, el campeonato de la región de Amazonas tuvo un público de 659 personas por partido.
El Mané Garrincha de Brasilia, que fue el más caro del Mundial (480 millones de euros), acumula una deuda de dos millones debido a los gastos de mantenimiento y las reparaciones que han tenido que hacerse desde que se inauguró en mayo de 2013. Para reducir costes, el estadio acogerá oficinas del gobierno del estado para ocupar sus 40 salas disponibles.
Considerado uno de los más bonitos estadios brasileños, el Arena das Dunas de Natal ni siquiera acoge los derbis que enfrentan a los principales equipos de la zona, ABC y América. El primero juega en la Serie B y el segundo en la tercera división. Sus ingresos y aficiones no son lo suficientemente grandes como para poder pagar por jugar un partido en este majestuoso campo.

El estadio de Maracaná, por su parte, tiene serias dificultades para generar beneficios. Para que esto suceda a cada partido deberían acudir por lo menos 30.000 personas. Sin embargo, la media de público en el campeonato estadual no supera las 3.500. En los partidos del Flamengo esta cifra sube hasta los 16.000, algo más de la mitad de lo que sería necesario para cubrir los gastos de mantenimiento.
El caso más grave es del Arena Pantanal de Cuiabá (163 millones de euros) que seis meses después del Mundial tuvo que cerrar sus puertas debido a los problemas causados por irregularidades técnicas en su construcción. Infiltraciones de agua en el techo y defectos en la instalación eléctrica han ocasionado un perjuicio difícil de calcular para las arcas públicas.
Conclusión: la FIFA ha hecho perfectamente su trabajo (sacar el máximo rendimiento a su marca registrada) mientras que Brasil se queda solo ante el peligro, agobiado por un legado sombrío de deudas que a este ritmo será muy difícil saldar.
Para más inri, el país atraviesa uno de los peores momentos políticos y económicos de las últimas décadas, a punto de entrar en recesión, con la inflación subiendo, las tasas de desempleo también y los casos de corrupción salpicando a buena parte de los políticos brasileños. Se calcula que dos millones de ciudadanos salieron a la calle el pasado 15 de marzo para protestar contra una situación que consideran insostenible.
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