Siempre dije que no escribiría aquí lo que podéis encontrar fácilmente en los grandes medios de comunicación y este es precisamente el tema relacionado con Rio 2016 que más ha dado que hablar en todo el mundo.
Sin embargo, hoy me permito la licencia de pararme a analizar el caso de la preciosa y súper contaminada Bahía de Guanabara (por desgracia, no es una exageración mediática), que acogerá las pruebas de vela en los primeros Juegos de América del Sur.
Para quien nunca haya oído hablar de este lugar, solo hace falta decir que sus aguas recorren los puntos más emblemáticos de Río de Janeiro. Se pueden contemplar en primer plano desde el Cristo Redentor y el inmenso puente que une la ‘cidade maravilhosa’ con la vecina Niterói la atraviesa.
En la mayoría de los periódicos, televisiones y páginas web veréis fotos de peces muertos y porquería de todo tipo flotando por unas aguas que deberían estar relucientes antes de que comience el ‘megaevento’ deportivo más importante que existe.
Y es absolutamente comprensible que penséis: «¿Pero cómo pueden ser ahí los Juegos Olímpicos? ¡Qué guarrería! ¡Vaya tela con Brasil! ¿Y no van a hacer nada para arreglarlo?». Una minoría se preguntará: «¿Quién tiene la culpa de todo esto?». Pues bien, hasta ahí quería yo llegar…

Las instituciones, no solo de la capital fluminense sino también de varios municipios vecinos, cuyas corrientes terminan expulsando cantidades enormes de residuos en la Bahía, están completamente desbordadas. La realidad es que no dan abasto con las tareas de limpieza.
Cada año una parte de su presupuesto se dirige al mantenimiento de este lugar que los colonizadores portugueses confundieron con la desembocadura de un río (origen del nombre de la ciudad). Pero nada parece suficiente para frenar el vertido de excrementos y deshechos que llegan de los baños de las casas, de las embarcaciones que recorren la zona, la basura que lanzan los habitantes de áreas próximas y los restos de aceites y otras sustancias contaminantes procedentes de la industria local.
Por el momento, en lugar de afrontar el problema desde la base, la solución más efectiva que han encontrado (un parche en toda regla) ha sido el uso de barcos que recogen más de 45 toneladas de basura al mes y la implantación de lo que llaman ‘ecobarreiras’.
Este sistema, que consiste en la colocación de una especie de muralla, detiene la expansión de la basura, agolpándola al otro lado de la valla y originando desagradables vertederos marinos. El escaso efecto de la medida ha desincentivado a los gobiernos municipales, que prácticamente dan la batalla por perdida.
Mientras tanto, el Comité Organizador de Rio 2016, que se financia con capital privado, recortó el año pasado un 95% de lo que había prometido invertir para acabar al menos con el 80% (compromiso del dossier de la candidatura) de la contaminación de la Bahía de Guanabara. Dedicará menos de 30 millones de euros, una cantidad insuficiente y mal administrada a juzgar por los resultados obtenidos hasta ahora.
A todo esto hay que añadir la contaminación de otras aguas donde no se disputarán pruebas pero que rodean el Parque Olímpico situado en Barra da Tijuca, una zona donde existen varias lagunas teñidas de verde que podrían poner en evidencia la irresponsabilidad medioambiental y sanitaria de la ciudad.
EL COMPROMISO DEL COI CON EL MEDIO AMBIENTE
El Movimiento Olímpico tiene tres objetivos fundamentales: promover la práctica deportiva, incentivar la cultura y la educación y luchar por la mejora del medio ambiente. La 13ª función del COI, recogida en la Carta Olímpica, establece que la institución debe «velar para que los Juegos Olímpicos se desarrollen en condiciones que revelen una actitud responsable ante los problemas del medio ambiente».
Es evidente que en el caso de Rio 2016, los gobiernos municipales no son capaces de superar el desafío por si mismos; el nacional tiene problemas más graves que atender en medio de la mayor crisis política y económica de las últimas décadas; el Comité Organizador de Rio 2016… donde dije digo, digo Diego… o sea, que parece importarle más la evolución de las obras de las instalaciones (especialmente las deportivas) que el medio ambiente. Y el Comité Olímpico Internacional, ¿qué? ¿Acudirá al rescate?
Durante su última visita, la presidenta de la comisión de coordinación, la exatleta marroquí Nawal El Moutawakel (quien justificó la derrota de Madrid 2020 diciendo que «España debe invertir en materias más importantes que los Juegos Olímpicos»), afirmó que la situación en la Bahía está absolutamente controlada, que los índices de contaminación se ecuentran dentro de lo normal e incluso propuso a sus compañeros realizar un ‘mergulho’ colectivo. Vamos, que los invitó a nadar juntos entre la porquería…
¿Es esta una actitud seria por parte de una de las máximas representantes del COI? No creo. Asumir el error y tomar medidas para solucionarlo cuando falta un año para que empiecen los Juegos sería más efectivo y desde luego más acorde con la defensa de los valores olímpicos. ¿Por qué negar lo innegable? ¿De qué sirve mirar para otro lado?
Hace pocos días se desató la polémica en Río de Janeiro porque unos deportistas americanos tuvieron que abandonar la ciudad después de participar en una prueba en la Lagoa Rodrigo de Freitas aquejados de diarrea, vómitos y fuertes dolores de estómago.
El médico de la expedición afirmó que el origen podía estar en las aguas contaminadas. Aunque no se ha podido confirmar, esta teoría daría sentido a la alerta lanzada por la agencia AP (Associated Press), que financió un estudio cuyos resultados equiparaban los niveles de contaminación de las aguas de Río con los de algunos países africanos y la India.
Independientemente de la validez o no del estudio de AP, lo que resulta evidente es que si no se soluciona este problema, la oportunidad que supone la organización de unos Juegos Olímpicos para la expansión de la imagen de una ciudad acabará debilitándola.
El principal legado que se supone tendría que dejar la recepción de este evento era precisamente la ocasión de limpiar la Bahía de Guanabara mejorando las condiciones de vida de sus habitantes, fomentando el turismo y favoreciendo, al mismo tiempo, el trabajo de unos pescadores cuyos ingresos han caído en picado en los últimos años.
De paso, la credibilidad del Movimiento Olímpico (y esto me duele especialmente reconocerlo) se verá debilitada si no consigue solventar este problema. Y es que en este caso no vale esconder la mugre debajo de la alfombra. El impacto de unos Juegos Olímpicos es estudiado varios años después de que estos se celebren. Solo así se puede concluir si han sido beneficiosos o no para la ciudad y para el Olimpismo.
Si el problema no se arregla, las publicaciones sobre la situación real de la Bahía de Guanabara no cesarán, afectando no solo a la ciudad y al país sino también al COI, encargado de velar por el cumplimiento de esta máxima olímpica.
En definitiva, vale culpar al gobierno de Brasil, a las instituciones de Río de Janeiro, de los municipios colindantes, al Comité Organizador de Rio 2016 y al propio COI si el 5 de agosto del año que viene no se produce el milagro. La coordinación y la puesta en marcha de los recursos necesarios es una obligación, un compromiso y una necesidad de todos ellos.