Cuando llegué al concierto de Ferrugem en la Ilha de Itanhangá, en Rio de Janeiro, ya sabía lo que me iba a encontrar. Uno de los mejores cantantes de pagode de Brasil, una voz inconfundible, letras preciosas que parecen poesía y una multitud emocionada cantándolas de memoria.
Me sorprendió que una gran parte de la gente estaba alrededor de mesas con cubos llenos de cerveza, hablando tranquilamente hasta que empezaba el evento. Se me pasó por la cabeza, pero fueron pocos segundos: «¿Y estos? Parece que están en una verbena».

Como quien se sienta en una mesa mientras escucha a alguien, de más o menos calidad artística cantando, vaya… Para mi Ferrugem es otro nivel. Se merecía más.
El último concierto al que fui en Madrid fue de Maluma. Nunca me gustó mucho el reguetón, pero después de ese tremendo ‘show’ en el Palacio de los Deportes, salí diciendo que quería ir a Colombia. ¡Qué pasada!
¡Pues Ferrugem es mejor! Si en España la gente abarrotó el pabellón más importante de la capital y temblaba hasta que empezó la fiesta, ¿cómo podía ser que este tío, que es la leche, no causara tanta expectación?
Me sorprendo con esos detalles. Y la conclusión debe ser algo que ya he observado otras veces: en Brasil están malacostumbrados al arte. Tienen tanta calidad artística, tanta calidad musical, tanto talento en cualquier rincón, que conviven con él como quien convive con cualquier cosa.
Tengo la sensación de que muchas veces no son conscientes del nivel de los productos culturales que consumen. Incluso deportivos, porque esto lo podríamos extender al fútbol. Los talentos jóvenes son más valorados fuera de Brasil que dentro.
Ferrugem es una pasada, un artista con mayúsculas. Su directo es de otro mundo. Sin la magnitud y el gasto en iluminación y sonido de Maluma, por ejemplo, pero con algo mejor y más importante: la voz, la disposición, la versatilidad (tan pronto estaba cantando como tocando instrumentos), la energía y el contacto con el público.
Fue como uno más. Podría perfectamente haber bajado del escenario y ponerse a cantar con sus fans. ¡Me emocionó! ¡Me encantó!
Llevo una semana escuchando sus letras. Una verdadera maravilla. Porque la samba (el samba en portugués) y el pagode resisten a las vulgaridades de las letras comerciales que vemos por ahí hoy en día. Sobrevive el romance, el amor y el desamor, pero con alegría. La conexión perfecta para llorar y bailar.
Ferrugem es de Rio de Janeiro. Posiblemente la gente esté más que acostumbrada a verlo actuar porque empezó, como tantos otros, en rodas de samba en las que se burlaban de él por ser rubio, casi pelirrojo, el único en un mundo mayoritariamente negro.
Esto lo veo también con las leyendas del fútbol, los veteranos que llevan años jubilados. No se les respeta igual que en Europa. Y me da mucha pena ser testigo de eso. Creo que merecen más admiración, más reconocimiento, más presencia en el espacio público y más participación dentro de los clubes y organismos porque al final, la experiencia es un grado y alguien que ha marcado una época, seguramente tenga algo que aportar.
Cuando terminó el concierto pude saludar a Ferrugem. No era del todo verdad pero le dije que había venido de España para verlo. ¡Qué menos! :D No se va a enterar y al final yo lo que quería era que sintiese su valor porque es gigante.
Sonriente, súper simpático, nos hicimos una foto y aquí estoy yo, escuchando sus canciones en bucle.
«É nessa viagem que eu fico à vontade
e com a minha bagagem, eu vou
Tô junto com o tempo
Eu sou positivo
Não vai ter perigo
Eu vou
Na minha, na linha
Tirando uma onda
Sabendo chegar, eu vou que vou, eu vou, eu vou»